Busco en lo más hondo
del olivo,
hayo en él mi alma y
mi bondad.
Mi esencia brilla
dorada
entre las gotas de su
aceite.
Árbol arraigado en la
verdad
del sentimiento que
le riega.
Millas le separan de
pérfidas tormentas
de maldad, de agua
atolondrada.
Rielan, en la sombra, que es cobijo,
mis ojos cuando ven
el sol marchar.
Vuelan las hojas ya
caídas,
ruedan entre casas
derruidas.
Sea seca o sea
mojada,
su flor brota cándida
estrellada.
Aquí, sentado en sus
raíces,
absorto y delicado,
vigilo un árbol de
oro rociado.
Y si hay osado rayo
deseoso de partir su
faz,
volaré con un racimo
cual paloma de la
paz.
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