Marcha
el sol,
apáganse
las luces,
suenan las sirenas.
Ebria,
fluye la sangre
sin complejos por las venas
y ruge un ser desconocido,
aparentemente
amable.
El
estigma se forma
entre los
cristales rotos
por la
euforia.
No
existe contención,
ni
siquiera la palabra,
y
vistes la verdad
con una
faz macabra.
La
tierra engulle el agua,
que
nada pura y cristalina,
y nacen
los hierbajos
que
advierten del peligro.
Entonces,
cuando la estrella amarillenta
nos
despierta y el espejo remueve
la
memoria, retronan las alarmas.
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